El viernes, gasté un 40% de mis fuerzas antes de las 9 de la mañana sin hacer apenas nada. Debería haber cambiado el disco de 45 a 33 r.p.m, o como se dice ahora, pasar a “slowmotion”, pero no era uno de esos días en los que te lo puedas permitir. Me esperaban en Bilbo. Había que tirar de analgésicos y eso supone no poder conducir, así que cogí el tren de las 10:18 para poder llegar a Bilbao a las 12:00. Por suerte, volvíamos a vivir un episodio de “Euskadi tropikal” si no probablemente me hubiera quedado clavada en el asiento del tren, con las articulaciones totalmente cristalizadas. Por suerte,a casi 20 grados como estábamos, no pasó.
Seguía tarareando a Cantizano, “hoy todo va a salirme bien…” ya de mejor humor, un tramadol y un par de parches de lidocaina hacen que se vea todo de otro color. Pero seguía molesta por algo que me habían dicho esa misma mañana: Al despedir a Ana, Su pareja Dani, me preguntó por qué estaba mal, pero no me apetecía nada hablar, tan solo le respondí -“me duele”-, ya se lo explicaría Ana cuando me hubiera ido. Pero entonces, me preguntó directamente: Fibromialgia, ¿No? Y me dio una palmadita de apoyo en el hombro.
Cuando subí al tren, hora y cuarto después, me seguía doliendo el hombro por la “palmadita”. Tan solo me tocó, pero sentía como si el hombro izquierdo pesara más que el derecho, como si su mano siguiera allí posada, impidiendo que olvidará ese instante, ese momento en el que me preguntó, Fibromialgia, ¿No? Como si fuera lo más normal del mundo.
Intenté distraerme y abrí tuiter, respondí un tuit, y me arrepentí. Estaba siendo algo borde con alguien al que no conocía y que no me había hecho nada. Estaba claro que seguía enfadada, molesta, irritada… pero no era por lo que Dani dijo o hizo, sino por lo que se escondía detrás del comentario.
¿Dolor sin causa aparente? Será Fibromialgia. Y punto. Literalmente. Ahí termina todo el seguimiento médico. Años y años dando vueltas de especialista en especialista y uno un buen día pronuncia la palabra mágica: Fibromialgia. Y todo se acaba. Lo siguiente que me dijo mi médico de entonces fue ”yo no puedo hacer nada más por ti” . Literalmente. Y no lo he vuelto a ver. Me preguntó cuánta gente habrá con el sello de “fibromiálgica” estampado en la frente, con un cartel colgado al cuello donde pone “no tratar”.
A la frustración de la mañana le siguió la tristeza, a la tristeza la ira, y a la ira la culpa. A la culpa le seguiría la tristeza en un circulo vicioso sin fin. Había que romperlo cuanto antes… “Hoy va a ser un día grande” … canto entre dientes… “hoy todo va a salirme bien”… y me puse a escribir Un día con dolor crónico I